martes, 31 de mayo de 2011

El relato de-velado


Paloma entró a ese espacio convertida en agua. Mario sólo se dió cuenta porque ella tenía los ojos achinadísimos, mucho más que de costumbre. Tenía sutilmente esa forma de ojos pero esta vez era tanta la congestión que hasta se le dificultaba abrirlos… Le dolía tanto lo que había visto, hecho, pasado.
- “Qué pasó?”-, indagó Mario.
(El Viernes anterior a esa sesión, él le había descubierto una de las sonrisas más puras que había encontrado entre sus pacientes: ella no podía disimular nada; la alegría la emitía por los poros, por la boca, por la mirada).
- “Tomá”-. Le ofreció esa caja de pañuelos descartables que siempre tenía en su escritorio.
- “Sentate; ... ¿ o querés tener la sesión parada…?”-.
- “Mario: si me siento, me desarmo”-.
- “Ya lo estás. Dale, sentate”-.
Silencio. Largo silencio. La dejo llorar libremente, sin emitir palabra, mirándola con respeto pero sin invadir el espacio de fragilidad que ocupaba todo su cuerpo en ese instante. La liberó; le ofreció la posibilidad de que al menos en primera instancia, se comunicara de ese modo.
- “¿Qué te desplomó tanto?”-.
- “Mi estupidez Mario, mi estupidez”-.
- “Ah, entonces no es nada grave”-, bromeó él.
Mario solía desdramatizar, manejar las sesiones desde algunos rasgos del humor -hasta de cercanía- pero sin perder su rol de psicoanalista. Se acercaba al individuo que tenía en frente con paso firme, con contención, y con distancia. El equilibrio deseable para que cada cual pudiera encontrarse en algún segundo de aquellos cincuenta minutos que duraba la sesión.
Aún siendo un tanto ortodoxo, Paloma sentía que con él podía compartir ciertas visiones más amplias de la vida, más integrales. Espirituales si se quiere. Y si así no fuera, de todos modos él la escuchaba desde el lugar donde se llevaba a cabo el relato, y desde allí intervenir cuando fuera necesario.
- “¿Vos te acordás cómo estaba la semana pasada, no? Mario: necesito saber si fue una ilusión, o efectivamente estaba radiante de adentro y de afuera”-.
- “Claro que me acuerdo”-, afirmó él.
- “Bueno, ayer me mandé la cagada del siglo: Vos sabés; el contexto me confundió, me hizo temer, y dije –bah, ni dije- le pedí alejarme de él. Soy una idiota, perdí lo más lindo que me venía sucediendo en años”-.
- “¿Y porque 'te vino bien' creerte confundida?”-, sentenció él al preguntarle.
- “¡¿Me estás jodiendo?! ¿¡Cómo me va a venir 'bien' confundirme?!”-.
Por un instante, Paloma se perdió. El planteo era tan obvio, pero su angustia no la dejaba pensar en otra cosa que no fuese la imagen de ese amor relámpago, inesperado, sincrónico, certero, y tan verdadero como pocas veces había experimentado en su vida. Podría haberle contado muchos detalles más a Mario, pero ella los consideraba demasiado excéntricos para ese espacio pseudo-académico.
[Tiempo atrás, alguien le anunciaría -como quien predice un acontecimiento- que un hombre se presentaría en su vida con una intensidad fuera de lo común: un encuentro alineado, correspondido... –hasta le dió detalles de otras vidas que Paloma inconscientemente deseó olvidar. Pendulaba entre sentir que podía ser cierto y el temor conjugado con la incertidumbre de quien puede predestinarse si se deja llevar por un seductor y referencial relato-. Sólo bastó 'meter la pata' hasta el fondo de la historia que le relataba a Mario algunos segundos después para darse cuenta –y sin condicionamiento alguno- que aquel hombre con el que se había cruzado era del cual le habló aquella anciana.
La noche anterior a esa sesión con Mario, Paloma comenzó a hilar fino, relacionar cuestiones, y todo encajaba como un rompecabezas. Piel de gallina. Muchísima. Acertadamente o no, omitió, sin maldad alguna, contarle a aquel hombre aquellas cuestiones para –quizás- no ser tomada por una visionaria; ... o tal vez por desconocimiento a la reacción que él tendría frente a esas revelaciones].
- “Me equivoqué feo Mario; muy feo”-, asumió Paloma.
- “¿Qué fue lo que le dijiste?”-.
- “Ni siquiera lo dije; mandé un mensaje de texto, ¿vos podés creer? Impulsivo, temeroso y cobarde mensaje 'me mandé'…”-.
- “Ok, entonces, ¿qué le escribiste, qué 'te mandaste'?”-. 
(Mario no se lo dijo -porque decírselo hubiera sido condicionarla- pero sabía muy bien que a Paloma no le parecía un buen medio de comunicación el chat, los mensajes, y todo lo demás. Ella aceptaba la tecnología, la disfrutaba, le sacaba provecho, pero siempre elegía la mirada y la oralidad como conexión exploratoria para comenzar a transmitir algo importante).
- " ‘Me corro’ "-, eso le dije Mario… 
- "Que ‘me corro' [de esto; de la relación]"-, intentó reafirmar y explicar Paloma al momento que recordaba cada milésima de segundo de esa escena que la atormentaba.
- “Aha…, ‘te corres…”-, re-afirmó, y de-veló Mario.
- “Sí, clarísimo, ¿no te parece?... Soy una estúpida. Dije lo que no quería”-.
- “Dijiste lo que sentís Paloma, con él sos placer puro, orgasmo permanente, alegría infinita, éxtasis real, ….”-.
Paloma se congeló en pleno vuelo de sus reflexiones.
- “Escuchate, por favor. ¿Sabés que significa ‘me corro’ en ‘gallego’?”-. 
Y así fue como Mario abrió la caja de Pandora que Paloma no lograba y temía abrir sola. 
Se le heló la sangre.
Paloma repitió ‘me corro’ al menos diez veces mentalmente para lograr creer lo que se estaba escuchando decir.
Todo estaba más claro aún.
Todo seguía la misma explicación.
Hasta el idioma, el origen de la expresión, estaba en sincronía con sus sensaciones, y el modo que su inconsciente decidió decirlas tenía conexión directa y abismal con lo que aquella  excéntrica y sincera mujer de avanzada edad le había dicho pocos meses atrás.
Shock en estado puro. Latente. Vital.
Tanto éxtasis en aquel encuentro con ese ser, tanto ya conocido previamente sin saber de donde venía, … pero las fichas iban cayendo una a una; y lo que por un momento Paloma había sentido como un error de la palabra, finalmente era pura coherencia vibracional de cuerpos. Aunque mal-interpretado, ella pronunció placer.
Ahora restaba simplemente un nuevo encuentro con aquel hombre. Acompañarlo para que él pudiera VER lo que guardaban real e íntimamente aquellas palabras que, de tan inexplicables, en el pasado cercano sólo confundieron y distanciaron. 

 

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