miércoles, 20 de junio de 2012

~Semilla~

‘Dios no juega a los dados’. 
[Sentencia Einsteiniana]


Nada resulta azaroso. 
(O pocas cuestiones; muy pocas. La cuántica lo sabe. Y yo también.)
Y así, cada paso de mi existencia lo va demostrando –bajo mi mirada atenta, compasiva, amorosa y cómplice-.
¿Acaso lo des-cubro al instante; en el momento mismo en el cual algo sucede? 
En absoluto; sólo a veces. Son sólo y sólo destellos.
Des-cubrimientos: develar aquello que cubre lo esencial.
Percibo -sólo a veces- hilos invisibles. 
Los veo unirse intuitivamente. 
Y observo: espero el acontecer. 
(Jamás fuerzo el devenir, ni los amoldo a mi antojo. Así no sirve ni aporta a nuestro recorrido. ¡Claro que no! No es astucia ni soberbia, es respeto al amor que sostiene, sana y salva.)
Pocas veces, la certeza me abarca.
Me sumerjo en el acontecer y permito que el devenir resuelva el resto.
Darle paso a lo que es sin resistencia.

Cuando lo cognitivo queda corto, la intuición afilada aparece.

Suelo -cada vez más- estar alerta. 
Atenta. 
Trabajar en eso. En ese rasgo que en mi estado evolutivo actual me pide que desarrolle. 
[A gritos.] 
El cotillón de la apariencia ya no alcanza hace tiempo.
No intento des-cubrir para qué lado nos está llevando el mapa; ¿Quién sabe? 
Poco y nada importa.
Más bien, abrazar el recorrido a conciencia. 
Estar atentos a aquello que pide a gritos ser visto, escuchado, olido, sentido, percibido, aprehendido, vivido, disfrutado, aprendido.

Poner el cuerpo. 
La piel. 
Sentir es saber.
Elecciones existenciales.

¿Cuáles sino, las más queribles, y amables para nuestro camino? 
Esas que constituyen nuestra cotidianidad, y la llenan de magia, misterio, novedad, creatividad, asombro, transformación, apertura, alegría, transformación, aprendizaje, crecimiento y evolución.
Desde hace tiempo, incluso en los primeros instantes o experiencias de destellos de consciencia, uno cree que sólo es cuestión de percibir, pero ojalá todo fuera tan fácil. 
Pero no.
Creo, siento e intuyo, que nuestro trabajo más dedicado, arduo, delicado y amoroso debe incurrir en que el aprendizaje (sea cual sea, y  acorde al ritmo y al ejercicio de cada cual) se lleve a la práctica con entrega plena e intensidad consciente. 
Con la meditación y el enfoque necesario para que luego, y con el paso del tiempo, aquello que se vio como primer aprendizaje, se convierta en un  hábito natural.
Como quien aprende a andar en bicicleta. En un primer momento, hay que saber agarrar el manubrio, hacer el esfuerzo necesario con los músculos de las piernas, dirigir las manos y moverlas de acuerdo a la dirección que deseamos.

Conducirse es elegir.
Que la pasión por el recorrido elegido embellezca nuestro camino.

Y paso a paso, a tientas, tropiezos y grietas, que lo que sentimos acorde a nuestros sueños,  hable de nuestra autenticidad sin necesidad de metas.
En principio, todo parece dificultoso; contra-natura. Como un esfuerzo inútil en relación a algo que (si bien lo sentimos e intuimos familiar, alineado y sincrónico) creemos que inocentemente debería nacer y salirnos de manera espontánea.



Desconozco camino sin esfuerzo.
Amo el fluir del río, sin desprestigiar sus sedimentos.
No valido el sacrificio, claro que no. (Término epistolar que me subleva.)
Valido la constancia de lo auténtico.
Valido aquello que nos nombra antes: mucho antes de aquello que no podemos pronunciar.

Ahora, a regar la semilla; aquel sueño que nos nombra sin nombrarnos: para que se desarrolle, cambie, se transforme, evolucione y crezca en libertad. 
Natural y primal. 

Como quien muere y renace, luego de haber sido arrasado por el agua. 
Y aún así, sigue vivo.
Vida.
Esencial; natural.

Ya descubrí mi semilla.
Ya es hora de verla crecer.
El tiempo es hoy.

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