La vida, sin nombre, sin memoria, estaba sola.
Tenía manos, pero no tenía a quién tocar.
Tenía boca, pero no tenía con quién hablar.
La vida era una, y siendo una era ninguna.
Entonces el deseo disparó su arco.
Y la flecha del deseo partió la vida al medio, y la vida fue dos.
Los dos se encontraron y se rieron.
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