Eligió esperarlo tranquila en el parque, escuchando Blues, del bueno. Eligió también abrir una de sus cervezas favoritas, bien helada: una botella completamente transpirada.
Decidió ubicarse en la hamaca de tela. La desenrolló y la dejó caer cual sábana extendida.
Imposible no comenzar a volar sin él.
Imposible lograr volar mejor que con su presencia. Pero se dejó llevar. No podía evitarlo. La música y una buena bebida siempre la hacían elevarse, relajarse, bajar su ansiedad, sin perder sensaciones.
Los estímulos la volvían aún más piel, no le hacían perder disfrute, al contrario.
Le sublimaban y potenciaban al infinito cada uno de sus poros.
El timbre sonó y disimuló no haber ido a la puerta corriendo. Su agitación la ponía en evidencia. Sus pasos habían sido enérgicos, cuasi-desenfrenados. Se besaron, pero mantuvieron más la mirada el uno en el otro. Él se encargo de mirarla de arriba-abajo, y eso la hizo desearlo aún más.
El reflejo de sus ojos la excitaba como el olor de su cercana piel.
Terminaron llegando al pequeño parque.
La buena música los esperaba, y una bebida fresca los hidrataba.
Pero el deseo de hidratarse mutuamente superaba cualquier deseo.
Se sentó, y él eligió mirarla sentado en el pasto. Ella cruzó sus piernas en la hamaca de tela, y aún cubierta por su vestido, un bretel se le escapó de su hombro, dejando asomar su carnoso pecho que pedía ser besado.
Recostada con los ojos cerrados, y con sus gráciles manos empezó a recorrer lentamente su cuerpo, frente a la mirada dulce y profunda y de él.
Comenzó a apretar su vestido, arrugando la tela estampada, volviéndola cada vez más caótica. Poco a poco iba descubriendo(se) esos pechos, mordiendo sus
tan apetecibles labios que pedían ser besados sin pronunciar palabra.
La luna bañaba caprichosamente su piel en la oscuridad de la noche que de a poco asomaba.
Transformaba las contorsiones de ese agitado cuerpo de mujer en un mágico y maravilloso juego de luces y sombras.
Y él como único y gran espectador.
Y él como su único observador disfrutándola.
Los latidos de ambos comenzaron a sentirse como caballos desbocados, y sin entender lo que pasaba, los únicos sonidos posibles de ser escuchados se volvieron sus mutuas respiraciones.
La deseaba tanto, viéndola jugar con su sexo ardiente y mojado…
Ella abrió sus piernas y sus jugos brillaron como finos ríos de plata
ante el resplandor de la luna; ríos que iban a morir a un mar que él imaginaba dulce y tormentoso, agitado por las olas de sus dedos que se hundían inquietos y desesperados, como buscando un tesoro perdido.
Y el tesoro fue encontrado.
Él la sintió sin tocarla aún. Lo supo cuando la escuchó gemir y jadear y retorcerse con la desesperación de un condenado a muerte, mientras sus entrañas se aferraban con espasmos a ese improvisado barco que ella hizo naufragar en sus propias profundidades, socavando los confines de su ser.
Y después de la tormenta edénica, llegó la calma.
Las olas se aquietaron y devolvieron los despojos de ella a esa imaginada playa.
Y él decidió recibirla luego de su orgasmo en soledad, acercándose, y dándole la bienvenida. Abarcándola con besos y caricias mojadas.
Pocos segundos después, el barco volvió a entrar en altamar.
Esta vez, rozando juntos todas sus mutuas orillas.
Decidió ubicarse en la hamaca de tela. La desenrolló y la dejó caer cual sábana extendida.
Imposible no comenzar a volar sin él.
Hamaca (1) |
Los estímulos la volvían aún más piel, no le hacían perder disfrute, al contrario.
Le sublimaban y potenciaban al infinito cada uno de sus poros.
El timbre sonó y disimuló no haber ido a la puerta corriendo. Su agitación la ponía en evidencia. Sus pasos habían sido enérgicos, cuasi-desenfrenados. Se besaron, pero mantuvieron más la mirada el uno en el otro. Él se encargo de mirarla de arriba-abajo, y eso la hizo desearlo aún más.
El reflejo de sus ojos la excitaba como el olor de su cercana piel.
Terminaron llegando al pequeño parque.
La buena música los esperaba, y una bebida fresca los hidrataba.
Pero el deseo de hidratarse mutuamente superaba cualquier deseo.
Se sentó, y él eligió mirarla sentado en el pasto. Ella cruzó sus piernas en la hamaca de tela, y aún cubierta por su vestido, un bretel se le escapó de su hombro, dejando asomar su carnoso pecho que pedía ser besado.
Recostada con los ojos cerrados, y con sus gráciles manos empezó a recorrer lentamente su cuerpo, frente a la mirada dulce y profunda y de él.
Hamaca (2) |
La luna bañaba caprichosamente su piel en la oscuridad de la noche que de a poco asomaba.
Transformaba las contorsiones de ese agitado cuerpo de mujer en un mágico y maravilloso juego de luces y sombras.
Y él como único y gran espectador.
Y él como su único observador disfrutándola.
Los latidos de ambos comenzaron a sentirse como caballos desbocados, y sin entender lo que pasaba, los únicos sonidos posibles de ser escuchados se volvieron sus mutuas respiraciones.
La deseaba tanto, viéndola jugar con su sexo ardiente y mojado…
Auto-hamacando(se) |
Y el tesoro fue encontrado.
Él la sintió sin tocarla aún. Lo supo cuando la escuchó gemir y jadear y retorcerse con la desesperación de un condenado a muerte, mientras sus entrañas se aferraban con espasmos a ese improvisado barco que ella hizo naufragar en sus propias profundidades, socavando los confines de su ser.
Y después de la tormenta edénica, llegó la calma.
Las olas se aquietaron y devolvieron los despojos de ella a esa imaginada playa.
Y él decidió recibirla luego de su orgasmo en soledad, acercándose, y dándole la bienvenida. Abarcándola con besos y caricias mojadas.
Pocos segundos después, el barco volvió a entrar en altamar.
Esta vez, rozando juntos todas sus mutuas orillas.
Inspirado, imaginado y dedicado a vos.